Elena Poniatowska en el Centro Cultural Bella Época

Fotografía de Raúl MejíaFotografía de Raúl Mejía.

“Esto parece camposanto, es lamentable”. Elena Poniatowska emitió el primer comentario al sentarse en un sillón de vinil negro, rodeada de estantes con libros sin lectores. Eran las 10:30 de la mañana, ella se encontraba ahí media hora antes, momento en el qué en vano solicitó el servicio de la cafetería, el personal no había llegado. La librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica, ubicada en la esquina de Benjamín Hill y Tamaulipas en la Colonia Condesa, sin registro de presencia humana. Desde las alturas, un domo diseñado por el artista holandés residente en México, Jan Hendrix, da un matiz de claridad intensa a todo el espacio bibliográfico. Ahí estuvo el cine Lido, diseñado por el arquitecto estadounidense Charles Lee, se inauguró el 25 de diciembre de 1942, tenía capacidad para mil 310 espectadores, luego paso a ser el cine Bella Época y finalmente, la librería más grande del país. A punto estuvo de convertirse en tienda de electrodomésticos y muebles para el hogar, alguien ya había hecho gestiones para adquirirlo. Consuelo Sáizar, entonces directora del Fondo de Cultura Económica, recibió el comentario de Rossana Fuentes Beráin: “Sería ideal hacer ahí una librería”. El cine Bella Época estaba abandonado, surgió en la época en que los cines eran estructuras palaciegas, su arquitectura y ornamentación coronada por una monumental y luminosa marquesina, preparaban al público desde la entrada a ingresar a un espacio donde ocurría algo espectacular, la proyección en pantalla grande de una película. Pasadas las viejas glorias de la exhibición de cine, resultaba tentador generar un lugar magno para la venta de libros, aunque, cabe apuntar, intentos hubo para revivir la vocación cinematográfica de este lugar, alguna administración del gobierno de la ciudad de México, adquirió este y otros cines, a fin de presentar producciones mexicanas, el proyecto no se concretó. El destino feliz del Bella Época quedó en manos del arquitecto Teodoro González de León con el encargo de transformarlo en un centro cultural sin que perdiera la esencia de su aspecto, debía tener librería, cafetería, espacio para exposiciones, estacionamiento y una sala de cine, remembranza de los ayeres dorados del predio. El espacio profundamente remozado se inauguró, el 26 de abril del 2006, así que, El Centro Cultural Bella Época, está en vías de cumplir la primera década. Desde afuera su estructura sigue siendo la de siempre, la vistosa taquilla como una cápsula en medio de la entrada, se conserva para exhibir carteles con información sobre actividades del sitio. Grandes ventanales sobre las calles de Tamaulipas y Benjamín Hill, fungen como huella de los espacios que ocuparon en el pasado locales comerciales, un restaurante, una tintorería, un negocio de madera, una tienda de abarrotes y una carnicería. Ahora los grandes rectángulos de vidrio dejan mirar libros. Aun no ha habido un mago del diseño, de la librería o de las editoriales, que haga espectaculares los aparadores de este lugar, por dimensión y ubicación, el potencial lo tienen, la creatividad en la exhibición del libro es un pendiente. Temprano era como para ver en este sitio el tránsito de mucha gente que atendiera los lomos y portadas de libros. Sin embargo, en la imaginación de Elena Poniatowska estaban los niños: “Deberían traer niños de las escuelas”. El reclamo viene bien entonces, cabe exacto en el espacio vacío de la librería. Hay un área para niños, hay cine, hay espacio para exposiciones que ahora mismo está vacío, ahí podría haber talleres, en el cine tendrían cabida funciones de teatro, títeres, películas, todo en torno a la experiencia bibliográfica de un sitio diseñado para eso. La movilización es enorme, autobuses, permisos, artistas, promotores, consentimiento de los padres y desde luego, máximo cuidado de los niños. Pero el espacio, cierto, a las 10:30 de la mañana, era un camposanto. Los libros aún carecían de vida sin la mirada de quien pudiera leerlos. Una observadora por excelencia, con el razonamiento justo para narrar la realidad, puso el ojo en la apacible soledad tempranera de este centro cultural, su presencia se debió a una serie de entrevistas que atendió durante la mañana para hablar de su novela más reciente, Dos veces única, historia acerca de María Guadalupe Preciado, mejor conocida como Lupe Marín, esposa de Diego Rivera y posteriormente casada con el poeta Jorge Cuesta. Mientras tanto a la librería, le hacen falta lectores.

Avatar photo

Autor: Miguel de la Cruz

Miguel de la Cruz, el único periodista de cultura con una trayectoria de más de 30 años en televisión. Egresado de la Licenciatura en Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana y colaborador de Canal Once desde diciembre de 1989 hasta la fecha. Recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural por parte de la Universidad Autónoma de Yucatán y la plataforma de periodistas culturales Manos libres en el marco de la Filey y el Premio de Periodismo Cultural Fernando Benítez que entrega la Universidad de Guadalajara en la Feria Internacional del Libro de esa ciudad.

Comparte esta entrada

1 Comentario

  1. Si, en ocasiones parece un camposanto, en otras, adoro la librería así para mi sola con una taza de café (que también llegan a veces tarde o se van temprano en la cafetería), y la sección infantil envidiable, uno de mis hijos la disfrutó. Apoyo y me sumo a la reactivación de una de las Librerías más bellas de México. Gracias Elenita, gracias Miguel.

    Post a Reply

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *