La pulpa firme de un mango dulce, potencialmente es un beso del cielo…
Aunque no hay cielo que bese, al menos en la imaginación, se antoja suponer que esa acción ofrecería sensaciones placenteras con una magnitud generosamente proporcional a sus características, intangibles y gigantescas, en el entendido de que, lo más lejano parece ser lo más deseable.
Así resulta la experiencia al presenciar a conciencia el deslizamiento entre la lengua y el paladar de los fragmentos de esta fruta que al ingerirla reparte húmedas caricias de dulce suavidad fresca.
Intenso el amarillo deslumbrante con que viste a su cuerpo y tiende con frecuencia a convertirse en una fruta inolvidable.
No por nada la creativa inteligencia popular confiere al mango el significado del poderoso atractivo de una persona
“Está como mango” es la sentencia que, dirigida a hombres o mujeres, advierte la armonía anatómica entre volumen y forma que resultan en un físico irresistible.
Ser sabroso no es tan simple, color, sabor y consistencia, seduce al paladar y por lo mismo, moviliza al mercado.
La producción manguera de 23 estados sitúan a México, como el sexto exportador de mango en el mundo, por debajo de los jerarcas en estas lides, India, China, Tailandia, Indonesia y Pakistán.
El mango en México genera más de 20 mil empleos permanentes y otro tanto de temporales; además de 1.5 millones al año que trabajan en el cultivo.
Sinaloa está a la cabeza de la lista, exporta anualmente a Estados Unidos y Australia poco más de 60 mil toneladas y aunque con cifras menores de producción manguera está Colima, su extraordinaria fertilidad hace posible una situación que, bien podría ser pilar de un texto del realismo mágico: “El furor discreto del aire colimense vence la voluntad de las ramas hasta precipitar contra la tierra el fruto como si lo hubiera parido el cielo “
Así es, algunas calles de Colima reciben de golpe los mangos maduros como expulsados del cielo.
Tan común es esta situación que, contrario a lo que pudiera suponerse, ninguna prisa despierta en los transeúntes por levantar los mangos caídos, así yace el sabor ante la cruel indiferencia empujada por la cotidiana precipitación desde las ramas al piso de un manjar de la naturaleza que para conquistar el gusto, no requiere preparación ni ingredientes.
Este dechado de virtudes lo aprovecha alguien de manera discreta y a la vez notable.
Es común de un tiempo atrás encontrar en las calles de la ciudad de México a vendedores que parecen deslizar por el pavimento una plataforma móvil que a manera de montaña ostenta un tentador cúmulo de mangos.
Aunque podría parecer una nave de mangos, sólo es una carretilla como la que usan los trabajadores de la construcción para transportar materiales, está cubierta por un lienzo de plástico de color intenso y alguna estructura simple de madera en torno a la que se forman a los mangos.
El vehículo en cuestión se convierte en una suerte de barra transportadora de mangos, el conductor es a la vez quien pela, rebana y condimenta la fruta.
Como salidos de la nada vendedores y carretillas, alguna vez lo vi salir de un estacionamiento en la colonia Del Valle, sitio que aparentaba ser el espacio de resguardo de una flotilla de carretillas.
No basta tener al mango en el mercado, su sabor conquista y por eso resulta útil movilizarlo para que conquiste en cuantas partes sea transportado, un paladar que se rinde ante la promesa de sus caricias dulces, se traduce en dinero.
El negocio del mango tiene razones altamente seductoras.