Cuando llegaba el balón cerca de él, bordaba el pasto con pasos infinitos para retenerlo hasta que decidiera su destino.
Era 1986, el segundo mundial que México organizaba. Él, Diego, se apellidaba Maradona y su nombre verdadero era Futbol.
Argentina enfrentaba a Inglaterra, el fantasma del recelo flotaba por encima de los 22 jugadores, años antes estuvieron en guerra por unas islas que casi nadie conocía.
Recibió la pelota después del medio campo, lo encaró un contrincante y sin esfuerzo lo esquivó, quedaron a sus costados dos ingleses como si lo escoltaran y de frente estaba el área chica, 5 adversarios y 3 de su equipo, el portero aun al fondo.
Diego, decidió dar un pase a su compañero del extremo derecho, y pegó la carrera hacia el manchón de penalti, como si tuviera una cita con el balón, el portero y la historia, el argentino a quien dirigió la pelota, recibió de espalda a la portería, sólo un rozón pudo darle al balón, lo hizo caer frente a un inglés que estiró la pierna y le pegó para elevarlo en dirección del portero Peter Shilton, pero ahí ya estaba Diego, nadie más de Argentina, sólo él, con su 1.66 de estatura tenía que llegar al balón aun flotante en las alturas, mientras que el portero podía estirar los brazos y hacer mas largo su 1.85.
En el punto de reunión Diego no dispuso de la frente sino que estiró el brazo izquierdo y al tocar la pelota, le envió adentro de la portería para convertir ese efímero trance en una remembranza de David contra Goliat.
El 10 de Argentina dijo: Fue la mano de Dios, el árbitro, que debía ver la mano, no la vio, sin dudar marcó el tanto e hizo caso omiso de los reclamos de todo el equipo inglés.
Hoy la mano de Dios no tendría valor alguno, más de un par de ojos fiscalizan desde monitores, manos y pies de los futbolistas profesionales.
Por si quedara duda de la habilidad monumental de quien en un instante decidió ser un engañador, en el mismo partido dribló al aire, al pasto, a lo visible, lo invisible y desde luego a cuanto inglés intentó detenerlo, Diego llegó hasta la portería para hacer el gol del siglo.
Sin la caballerosidad del conjunto británico nunca hubiera sido posible la hazaña, leales los ingleses al juego que inventaron, nunca hicieron nada por meterle el pie a la mala.
Sin caballeros no hay rey…
34 años después el rey se fue mientras dormía, en la historia queda su anárquico manotazo que no alcanzó a nublar la grandeza de su amistad con el balón para bien de la emoción de todos.
Viva el rey.