Él los observaba a ellos y el entorno propicio para observarlo a él.
Toda proporción guardada, parecía un tigre en pos de su presa, quieto, discreto, apenas perceptible.
Entre el público se murmuraba: “está ahí?”, “si es él?”, “es él, es él”, “ahí, ahí, el de saco obscuro”.
Siempre en primera fila, concentrado en lo que se hablaba al frente como si no existiera nada más.
Inconcebible su silencio siendo tan buen conferencista.
La revelación, cuatro días después.
Escritoras y escritores invitados hablaron de distintos temas en torno a la frontera, al tiempo que un jurado deliberaba sobre la novela ganadora entre 5 finalistas.
Eso fue la bienal Vargas Llosa.
En el último día, el premio Nobel homónimo, sostuvo una conversación con el Premio Cervantes, Sergio Ramírez.
Hasta entonces se escuchó su voz
Con habitual soltura hablo sobre el tema de la novela y se refirió a lo que se había dicho en las conferencias anteriores.
El silencio del escritor instruye.
La lección parecía sencilla, el uso eficiente de la palabra deberá estar precedido por un proceso pensante.
Su actitud silenciosa y observadora, refería una actividad discreta por excelencia, el acto de pensar, aunque este ronde el máximo grado de intensidad, no se nota.
Lo que el escritor peruano Mario Vargas Llosa mostró aún sin proponérselo, fue un ejemplo que con nitidez absoluta describió el proceso cotidiano de un ser pensante, aquel que vive de y para el intelecto.
Pendiente de percibir lo que en ese momento o después lo haría pensar, reflexionar, analizar y posteriormente sea, quizá, sustrato de un libro o
conferencia
Como si se hubiera transformado en un museo de sí mismo, expuso para quien lo observara, su faceta de cazador de ideas.
La bienal Vargas Llosa una vitrina del mismo Mario Vargas Llosa.